Según
Herbert SPENCER (1820-1903) Un profesional ético es aquél que hace el bien en su profesión haciendo bien su
profesión. No hay nada más moralizador que cada cual haga bien lo que tiene que hacer,
lleve a cabo cada actividad procurando realizar el bien al que esa actividad
está intrínsecamente orientada. Toda ética profesional tiene su núcleo
inspirador y su aliciente máximo en los bienes intrínsecos que se propone
realizar. Es algo tan obvio como, en ocasiones, olvidado. Cuidar la salud con
arreglo a los conocimientos y técnicas disponibles es el bien intrínseco de la
profesión médica; asesorar y representar ante los tribunales y en las
relaciones contractuales para defender
los derechos y legítimos intereses de sus clientes en el marco de la
legalidad vigente es el bien intrínseco
de la profesión de abogado, etc. El bien
intrínseco a la práctica de la docencia es que los alumnos aprendan.
El
ejercicio éticamente responsable de la función docente lleva consigo al menos
estos deberes y responsabilidades: ante todo enseñar, entendiendo la enseñanza
como ayudar a aprender. Enseñar presupone saber, haber aprendido lo que enseña
y estar al día en la materia que enseña, de la que es profesor. García Morente
comenta al respecto que el docente no tiene que saber mucho, pero lo que sabe
tiene que saberlo bien, "con saber auténtico, con saber pensado, con ese saber que consiste en la
evidencia íntima, en la luz mental ante la cual todo resulta llano y claro.
Lo
contrario al saber es la ignorancia. No hay que insistir en la incapacidad de
enseñar que tiene quien no sabe lo que tiene que enseñar. Merecen recogerse,
sin embargo, las penetrantes observaciones de
García Morente en el mismo artículo que acabamos de citar alertando
contra la pedantería en general y contra la pedantería pedagógica en
particular: la manía de explicarlo todo, aun lo más sencillo, o de explicar
todo lo que sabe el docente, más de lo que es oportuno enseñar, más de lo que
los alumnos están en condiciones de aprender. Dicho en positivo: "El
docente debe enseñar lo que tiene que enseñar; dentro de los límites que le
están señalados. Salirse de esos límites es pedantería.
Enseñar
supone además saber enseñar. No todo sabio es un buen profesor. Saber enseñar
requiere saber hacerse entender, saber abrir horizontes, estimular, ayudar a
ser buen estudiante, suscitar y alimentar las ganas de aprender... Para estar
al día y enseñar, hace falta dedicación al estudio, a la docencia, a la
atención a los alumnos, a las publicaciones recientes para saber si lo que se
enseña está refrendado o cuestionado por la comunidad científica o intelectual
conforme a los métodos contrastados....
A
eso es bueno añadir y explicitar que es responsabilidad del docente evaluar con
justicia. A iguales méritos hay que otorgar iguales calificaciones; a méritos
desiguales, calificaciones desiguales. No es mero afán justiciero: es consustancial a la enseñanza
marcar las diferencias entre lo que está bien y lo que está mal. Unos
planteamientos pedagógicos que se empeñan en establecer por decreto que nadie hace nada mal, sino
sólo de manera diferente, falsean la realidad y fomentan la desmoralización del
"todo vale".